Siempre hay un hermoso principio y, quién sabe si de manera irremediable, un marchito y amargo final.
Por ello me aventuraría a proponer solamente una cosa, regalarnos una hermosa flor de plástico que jamás muera, consumida por el paso y el desgaste del tiempo, pudiendo así contemplar cada hermoso principio y cada dulce final de cada día que nos tuviésemos el uno al otro.
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